- ¡¡Abuelo!! ¡¡Abuelo!! –llamaron a coro los dos- ¡¡Abuelooo!!
El rostro bonachón del abuelo asomó por la puerta de la habitación.
- ¿Qué os pasa, rapaces? ¿No podéis dormir?
- Queremos que nos cuentes un cuento –dijo Luisita.
- Pero un cuento, no batallitas de la guerra. Que ya nos has contado siete veces lo de cuando frenasteis a los fascistas en la Casa de Campo –dijo Andresete.
- ¡Demonio de niños! –exclamó divertido el abuelo- ¿Y qué queréis que os cuente, si puede saberse?
- ¡Cuéntanos uno de miedo! –pidió Luisita.
- ¡Eso! ¡De monstruos! –exclamó Andresete, encantado con la idea- ¡Anda, abuelo!
- De monstruos… Vale, de acuerdo. Conozco uno que viene al pelo.
- ¿Es de Drácula? –preguntó Luisita.
- No, qué va –contestó el abuelo-. Mi monstruo es más malvado.
- ¿De Freddy Krueger? –preguntó Andresete.
- No sé quién es ese, pero seguro que el monstruo de mi cuento es mucho más malo que él –dijo el abuelo-. Y ahora callad, que empiezo…
“Nadie sabe cuándo comenzó a ser. Hay quien dice que siempre estuvo ahí, pero eso no tiene demasiada importancia. El caso es que a simple vista no parece peligroso: un anciano con cabello y barba blancos. Pero no os engañéis: es sumamente poderoso. Puede tomar distintas formas (tres, como poco); está en todas partes y en ninguna a la vez; todo lo ve; todo lo oye… Resumiendo, y para no tirarnos todo el día: puede hacer cualquier cosa.
Este ser es soberbio y arrogante. Se hace llamar “Señor” por sus seguidores y cuando alguien se refiere a Él la primera letra del pronombre va en mayúscula. No conoce la compasión. Su ira es famosa, y sus castigos, infinitos: puede hacerte arder eternamente en el infierno si haces algo que no le guste. A veces también secuestra a sus víctimas y las retiene en un lugar llamado “purgatorio”, donde las tortura mientras exige oraciones como rescate. Odia todo lo bello de la vida (lo considera “pecado”). En fin, un ser despreciable.
Una de sus primeras y más famosas fechorías fue fruto del aburrimiento: “Con el poder que tengo, y aquí estoy, rascándome la barriga”, pensó un día. Decidió crear a un hombre, sin ningún fin concreto, sólo para experimentar con él como los niños experimentan con los bichitos que capturan. Un claro ejemplo de sadismo.
Dicho y hecho: cogió algo de barro como materia prima y se hizo un hombre sin gran dificultad. Pasó muy buenos ratos jugando con su nuevo juguete, pero, pasado un tiempo, el hombre le dijo que se encontraba muy solo. Una bombilla se encendió en el interior del monstruo: “Le crearé una compañera a este memo y así podré divertirme más”. Le arrancó al hombre una costilla, así a lo bruto, sin anestesia, y… ¡voilá! ¡Una moza!
La mayor preocupación del monstruo era que la parejita se mantuviera en la idiocia, que no se culturizaran, que no tomasen conciencia de su condición de esclavos. “No comáis del árbol de la ciencia, hijos míos” (como era todopoderoso, también sabía hacer metáforas). “Si éstos aprenden a hacer raíces cuadradas, me fastidian el invento”, pensaba.
Pero un buen día descubrió a la moza leyendo un libro. El monstruo montó en cólera. Decidió imponerles un castigo ejemplar y eterno (en su línea, vamos): les echó para siempre de su casa, convirtiéndoles en vagabundos. No había perdón posible; deberían vagar para siempre ellos y sus descendientes, dedicándose a recoger cartones o a lo que fuera…”
- ¡Qué monstruo tan malo! –exclamó Luisita.
- Malísimo –corroboró su abuelo-. Pero no me interrumpas, que pierdo el hilo. ¿Por dónde iba? Ah, sí…
“… Después de este acto execrable vendrían muchos otros. Enviaría diluvios y plagas; estaría siempre dispuesto a castigar y nunca a perdonar cualquier acto que no fuese de su agrado. Su soberbia, su egocentrismo y su maldad no conocerían límites. Pronto empezaría a tener seguidores: gente codiciosa, personas dispuestas a propagar su reino del mal por toda la tierra, un reino de falsedad e hipocresía. Al principio se les persiguió, pero pronto se hicieron con el poder y no lo soltaron. En los siglos posteriores se mataría en su nombre a todo el que no siguiera sus dictados, se torturaría y se quemaría a quien intentase vislumbrar la ciencia y el conocimiento (totalmente prohibidos por considerarse peligrosos), se perseguiría a los que intentasen llevar la libertad a los oprimidos… Estos seguidores del monstruo apoyarían a todos los tiranos y bendecirían todos los crímenes contra la humanidad. Ahora puede parecer que están de capa caída, y piden que se les respete, pero en realidad están ocupados afilándose las uñas y los colmillos hasta la próxima…”.
- Pero abuelo –le interrumpió Luisita-, todo el mundo sabe que los monstruos no existen; y ése que tú dices, tampoco.
- Pues menos mal… –contestó el abuelo con un estremecimiento, mientras abrazaba a su nieta.
Texto: Roberto Blanco Tomás.
Publicado en PEQUOD, nº2
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